Gaming Club
Regístrate
españaESPAÑAméxicoMÉXICOusaUSA

Fuga de cerebros

Peter Molyneux abandona Microsoft, no hace mucho que Fumito Ueda hablaba de su despedida con Sony, Miyamoto casi cuenta los días para su jubilación de Nintendo... ¿Qué está pasando? Los grandes creativos y bazas innegables de las tres grandes compañías aspiran a firmar la dimisión casi al unísono. La limitación del autor se impone en los desarrollos más caros y presupuestados.

Actualizado a

Que nadie se asuste, se irán unos y llegarán otros. Con la madurez del ocio electrónico, como cualquier otro producto cultural, se están empezando a reforzar las autorías, los nombres propios, la firma de los juegos. Todos hoy sabemos de sobra quién es Hideo Kojima o Shigeru Miyamoto, son piezas clave de un ajedrez que está ahora en su mejor turno, destacando y moviendo a sus participantes como nunca antes. El baile de estudios y autores que estamos viviendo estos años es irreconocible en una industria que tradicionalmente se ha estructurado con estatismo e inmutabilidad, donde el director de desarrollo no tenía apenas visibilidad y aspiraba a mantener su cargo en una misma empresa durante toda la vida. En los desarrollos más costosos económicamente y donde las compañías realmente se la juegan, es donde primero atacan las tensiones y presiones. El último en montarse en el carro de los cambios, Peter Molyneux, que deja Microsoft Game Studios y Lionhead para embarcarse en proyectos más individualizados, 22 Cans, según comentó la semana pasada en la Game Developers Conference, y siguiendo la reciente estela de David Jaffe, también desligado de su Sony materna.

Como creativos de renombre, su caché y aspiraciones aumentan con cada éxito, algo que parece entrar en conflicto con las normas de la mayoría de casas del videojuego en materia de superproducciones. No hay lugar para la creatividad y la invención arriesgada cuando se habla de proyectos que cuestan montones de millones de dólares. Al siempre jovial Miyamoto lo veíamos cansado hace unas semanas, y Fumito Ueda parece loco por acabar The Last Guardian de una vez, la última pieza que firmará con Sony Computer Entertainment si toda la ola de convenios y concesiones sigue su curso como el aclamado autor espera.

Esto no debe ser mal entendido, no me refiero a que las compañías no dejen vía libre a la creatividad de los autores sino que no es extraño que la intervengan, que ayuden a construir los proyectos con una visión comercial y rentable, por ejemplo, pidiendo más y más entregas de las marcas que mejor funcionan frente a explorar nuevas IPs que lo tengan realmente difícil en un mercado bastante viciado como el actual. Molyneux trabaja ahora dos Fable a la vez, alejados del concepto original, ¿es lo que realmente le gustaría? Le quedan unos meses en Microsoft. Miyamoto, por su parte, sigue supervisando cada Mario y Zelda que cobran vida, ¿esto le llena? Ya ha dejado declaraciones alarmantes sobre su futuro a medio plazo. Y Kojima hace unos meses que sacudió Twitter con sus pesimistas intervenciones piadas, ¿más Metal Gear, Konami?

Por supuesto, hace una o dos décadas también había movimientos cruciales de desarrolladores y creativos, como el siempre recordado salto de Peter Molyneux -ahora que hablamos de él- de Bullfrog o el de Sakaguchi a la aventura en solitario con Mistwalker sin el respaldo de una multimillonaria y respetada como Squaresoft. Pero no se producían cambios tan rotundos como pueden suponer las tres bajas que se mencionan al comienzo del artículo, encajadas en un margen temporal bastante reducido para lo que esta industria tiene por costumbre. De cumplirse al dedillo, estaríamos ante un proceso histórico, otros muchos ejemplos lo llenan.

Por otro lado, no hay que tachar de "malísimas" las grandes corporaciones del videojuego. A Miyamoto se le dio carta blanca a principios de Wii para crear una obra innovadora y que llamara la atención del gran público que estaba adquiriendo desenfrenadamente la consola, y de ahí acabó saliendo el para mí sosísimo Wii Music, un experimento a medio hacer que no tiene ni mucho de videojuego ni mucho de simulador musical. No somos pocos los que empezamos a estar cansados de las declaraciones de Molyneux sobre cada nuevo Fable, que al final se quedan en juegos simplemente notables que no terminan cumpliendo el hype desbordante con que se reciben. Errores y tropiezos han tenido todos los grandes, y esto a las filiales internacionales les puede salir bastante caro, jugándose incluso prestigiosas exclusivas vendeconsolas que no siempre salen bien. Se comprende su conservadurismo y supervisión activa a la hora de soltar dinero para grandes proyectos.

Lo decía al principio, no pretendo ser catastrofista, ni mucho menos. Probablemente los cambios sean a mejor y tanto grandes estudios como creadores queden satisfechos con su nueva formación. Estas líneas pretenden únicamente reflexionar sobre la coincidencia de importantes futuras ausencias, y la época tormentosa que recorremos, quizá por estar a finales de generación o quizá por el modelo actual basado en la cantidad de retomas de licencias antiguas y sagas numeradas cuantiosas, sin riesgo comercial. Nunca en este negocio se habló de descontentos creativos de esta forma, nunca los estudios tuvieron tanto miedo de las rarezas de sus diseñadores más populares. Es emocionante vivir un momento como éste, que cimentará la estructura formal de los próximos años y los catálogos de juegos tal y como los conocemos. Como todo buen turno de ajedrez, este encadenamiento de movimientos marcará crucialmente la partida, ganada por los emancipados cerebritos o los protectores tutores.