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Política, videojuegos y las partidas de House of Cards

Frank Underwood juega a Monument Valley. Kevin Spacey en Call of Duty Abuelos con Freddy's Night

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Todo Presidente de Estados Unidos necesita momentos de relajación en la Casa Blanca. Los de Frank Underwood, el protagonista de la serie de moda, House of Cards, incluyen jugar a videojuegos desde que comenzó la ficción, un reflejo también del ámbito de penetración del sector del videojuego en el cada vez más amplio demográfico de población que supone su mercado. Ahora, en su tercera temporada recién estrenada en Netflix, el político sin escrúpulos pero con máxima eficiencia deja a un lado las grandes superproducciones para dedicar su tiempo de ocio a jugar a videojuegos independientes.

Los elegidos por los guionistas de House of Cards son The Stanley Parable y Monument Valley, dos de los proyectos indies más destacados de los últimos años. En el caso del primero estamos ante un juego en primera persona que prescinde de armas, violencia, enfrentamientos y toda la parafernalia habitual en que solemos pensar cuando hablamos de un juego de ese estilo como el celebérrimo Call of Duty, prefiriendo sumergirnos en una serie de decisiones y elecciones, dándonos la capacidad de decidir antes que imponernos unas reglas de guía.

El segundo, Monument Valley, uno de los fenómenos del pasado año en móviles que ha logrado con su pequeño estatus indie reconocimiento a la altura de las mayores producciones del sector en 2014, es un título de puzles en un ambiente chill out minimalista en el que la capacidad visual y analítica y explorar el entorno en 360º son los requisitos para resolver sus pruebas de dificultad creciente.

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Con anterioridad, House of Cards ha incluido en sus escenas partidas a videojuegos como Kilzone 3 de Playstation 3 con Kevin Spacey, actor que interpreta a Underwood, controlando las armas con las manos en el mando. La serie no suele usar videojuegos de forma casual, ya que la presencia de los títulos suele estar conectada -en cierto modo- con el transcurso del argumento en los capítulos, como es el caso de The Stanley Parable. La presencia de videojuegos en series y películas suele estar condicionada por acuerdos comerciales para posicionar juegos concretos en el guión de la producción de forma natural mediante lo que se conoce como emplazamiento de producto.

Política y Videojuegos son dos conceptos que han estado unidos, aunque la mayoría de las veces en relaciones enfrentadas en cuanto a debates e intentos de censurarlos, capitalizarlos o arremetiendo contra ellos sobre todo por la violencia. Pero de vez en cuando nos encontramos con otras situaciones, como demostrando de qué es capaz un país logrando un título de reconocimiento mundial y unánimemente alabado por la crítica. Como Polonia, que escogió su magistral The Witcher 2 para demostrarle a Barack Obama el nivel al que podía llegar. Cuando Obama estuvo de visita en el país en mayo de 2011, este juego fue el elegido como representante del crecimiento, economía y tecnología del país, y no solo de la industria del juego polaca.

En un evento en Varsovia, el presidente compartió escenario con el primer ministro polaco Donald Tusk, mencionando la creación del estudio CD Projekt. En su discurso, el líder de los Estados Unidos añadió que "me han dicho que [The Witcher] es un gran ejemplo del lugar de Polonia en la nueva economía global y es un tributo al talento y ética de trabajo de los polacos, así como de la sabia administración de los líderes polacos, como el primer ministro Tusk".

Ni la política española, que claramente no hace nada por apoyar un mercado emergente que podría darle un empujón considerable a la maltrecha economía de este país, se salva de estar relacionada con los juegos. Aunque en este caso no es porque les regalen títulos, ni porque Rajoy o Cospedal los usen para planificar estrategias o movimientos políticos, sino más bien en claro ejemplo de pasividad, tedio y aburrimiento ante importantes cuestiones, como Celia Villalobos pillada in fraganti jugando en el Pleno, una vergüenza que dice mucho de la clase política española que tenemos.