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Wii U y el examen Third Party

Tras suspender durante tres largas generaciones, Nintendo vuelve a examinarse ante las third party para tratar de convencerlas de que deben desarrollar para su nueva y flamante Wii U al mismo nivel en que lo hacen para la competencia. ¿Aprobará esta vez, o estos particulares instructores volverán a suspenderla?

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Tras atar a las desarrolladoras externas con condiciones leoninas durante la generación NES, Nintendo tuvo que entablar un combate más igualado en la era de los 16 bits, con su Super Nintendo haciendo frente a una Mega Drive a la que las third party acabaron prestando atención de una manera más o menos similar a como lo hacían para el también llamado Cerebro de la Bestia. La gran N aprobó dicho examen con notable alto en los mercados estadounidense y europeo, mientras en Japón sacó toda una señora matrícula de honor ante la que nadie fue capaz de toserle. Pero luego llegaron Sony y su PlayStation, y la situación dio un giro de 180º. La gran N cometió varios errores con su Nintendo 64, entre los que se encontraban una política de acercamiento a las third party mucho más restrictiva, sacándose de la manga lo que se dio en llamar el “Dream Team”, un selecto (y demasiado reducido) grupo de third parties que trabajarían en proyectos exclusivos para la plataforma. Pero por el camino se perdieron estudios clave como Square (la enorme Squaresoft de antaño, no la compañía que acabó siendo tras su fusión con Enix), por no hablar de la miríada de equipos de desarrollo que prefirieron programar para una Sony mucho más abierta en lo que a la política de aceptación de juegos third party para su consola se refería.

Luego llegó la generación de los 128 bits, y con ella GameCube. Pero Sony arrasaba con su PlayStation 2 en los tres mercados principales, por lo que de nuevo los más interesantes y jugosos proyectos third party quedaron fuera del universo Nintendo. Con Wii, Nintendo simplemente hizo suyo el lema “esta no es mi guerra”, buscando una vía alternativa que la alejó aún más de las desarrolladoras externas, pero que le permitió alcanzar el éxito que se le había negado durante dos generaciones al obtener el beneplácito de un perfil de comprador muy distinto al clásico: los jugadores ocasionales. Eso sí, aunque dichos usuarios demostraron ser legión y encumbraron las ventas de Wii a muchos millones por encima de los registros de 360 y PS3, no acabaron ni mucho menos siendo tan fieles y constantes como el jugador tradicional. El usuario casual no compra muchos juegos precisamente, y su dedicación es de lo más voluble, no dudando en dejar la consola olvidada en un rincón del armario cuando le llegan propuestas más directas y accesibles, como son actualmente los juegos para smartphones, tabletas y navegador.

Visto lo visto, y aunque ni mucho menos haya renegado del jugador ocasional que ha llenado sus arcas hasta rebosar, Nintendo ha decidido volver a tirarle los tejos al usuario dedicado, el de toda la vida, aquel para el que los videojuegos no son un hobby o una curiosidad más entre tantas, sino una de sus principales preferencias (si no la principal) a la hora de dedicar horas de su tiempo libre. Wii U no es una consola cualquiera, como no podría ser de otra manera viniendo de Nintendo. Sus especificaciones técnicas no quitan el aliento, aunque para equilibrar la balanza posee otra de esas innovaciones que hacen a la gran N destacar por encima de la competencia: el mando-tableta que traslada la idea de pantalla secundaria de DS (y de la Game & Watch Multi Screen antes que ella) a una plataforma de sobremesa. Por primera vez en años, se atisba aquí una característica que puede resultar realmente apetecible a ojos del jugador dedicado. Nada de chorraditas en forma de mandos con sensor de movimiento para convulsionarnos delante del televisor como si sufriéramos ataques epilépticos, básculas sobre las que hacer flexiones, o dedales que miden nuestras pulsaciones. Ahora, con esta segunda pantalla los juegos hardcore sí que podrán verse beneficiados en lugar de estorbados.

Que Wii U se va a vender como rosquillas es algo ya no solo palpable, sino demostrable a tenor de los resultados registrados por la consola durante el Black Friday norteamericano. Pero aún es pronto para responder a la otra gran incógnita: ¿Logrará Nintendo recuperar el favor que las third party llevan ya tres generaciones negándole? De momento tenemos a la mayoría de los grandes éxitos tanto del presente año como del anterior en la plataforma, y a medio plazo ya son muchos los desarrollos que llegarán de manera simultánea a 360, PS3 y Wii U, por no hablar de las jugosas exclusivas de Rayman Legends y Bayonetta 2, temporal en el caso del primero y total en lo referente al segundo. ¿Pero qué sucederá a largo plazo? No son pocas las voces de la industria reticentes a dar su beneplácito a la nueva apuesta de la gran N. El otro díaconocimos que Gearbox no llevará su sensacional Borderlands 2 a la plataforma, según ellos porque no se les ocurre ninguna función especial para el mando-tableta (excusa barata, solo a mí me vienen centenares de ideas a la cabeza, y llevo ejerciendo de desarrollador el mismo tiempo que de monaguillo). A Nolan Bushnell, uno de los Padres Fundadores de la industria, tampoco le convence Wii U, algo que sí escuece más dado que, llevando a cabo un símil cinematográfico, es como si uno de los hermanos Lumiere diera su negativa ante la presentación de una nueva cámara que pretende revolucionar el rodaje de películas.

Sea como fuere, durante este largo plazo que finalizará en uno o dos años, todo dependerá de Nintendo. Las revisiones tercera y cuarta de Xbox y PlayStation acabarán irrumpiendo en nuestras lúdicas existencias, exhibiendo un poderío técnico superior al de Wii U (si las distancias serán o no grandes es algo que aún está por ver, pero habrá distancia al fin y al cabo). Será entonces cuando Nintendo recogerá los frutos que siembre a lo largo de el año que resta y 2013, y cuenta con una ventaja para que esa cosecha sea boyante: el dinero, o “la pela” si nos ponemos castizos. Con una Sony haciendo aguas por todos los frentes (no solo en Vita, sino también en las otras parcelas ajenas al videojuego en las que anda metida), y una Microsoft a la que se le están atragantando tanto Windows 8 como los proyectos ligados a dicho sistema operativo, ninguna de las dos está en condiciones de entrar en el “Third Parties Bar” para proclamar a voz en grito aquello de “yo pago la siguiente ronda”.

Para Nintendo, la situación es justamente la contraria. Desconozco si Iwata tendrá en su vivienda una piscina olímpica llena de dólares en lugar de agua, al más puro estilo Tío Gilito. Pero desde luego si no la tiene es porque no quiere. Con una 3DS a la que seguro saca un buen pellizco por unidad vendida (no en vano monta pantallas de resolución inferior a buena parte de los smartphones de la actualidad, y tecnología táctil de la década anterior), una Wii (también con tecnología más barata que la exhibida por la competencia) que ha vendido durante años a 250 eurazos, y todos esos millones de juegos ocasionales colocados, cuyos desarrollos desde luego no han manejado presupuestos de triple A, Nintendo se encuentra en condiciones de hacer saltar la banca. Es ahora cuando tiene que apostar, y hacerlo fuerte. Que proyectos que van más allá del AAA como Grand Theft Auto V aún no estén anunciados para Wii U es algo imperdonable que la gran N debería remediar de inmediato. Y además debe hacerlo marcando las distancias, asegurándose la atención del jugador hardcore con un movimiento similar al que llevó a cabo Microsoft con GTA IV y sus contenidos episódicos. Con acciones como la mencionada, Wii U no solo podrá codearse con las actuales 360 y PS3 sin problema alguno, sino que además partirá con ventaja cuando deba hacer frente a las sucesoras de éstas.