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Sangre, sudor y sexo: el Drácula de la Hammer
Colmillos, escotes generosos y mucha sangre.
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Nadie es profeta en su tierra, ni siquiera los monstruos. Drácula había sido un éxito abracadabrante en Reino Unido, pero la crítica consideraba que Bram Stoker era un autor menor y efectista. Nada que ver con la cultivada Mary Shelley y su Frankenstein o el moderno Prometeo, eterno espejo en el que se miraba (sin verse), el chupasangre. Sin embargo, al público le encantaba, y así lo demostró yendo masivamente a la adaptación teatral que realizara Hamilton Deane en 1924. Tuvieron que pasar la friolera de 34 años para que el Príncipe de las Tinieblas volviera a la tierra que le vio nacer. Fiel a su tradición, quien exhumó su mito no fueron los grandes intelectuales, sino un voluntarioso y popular estudio.